martes, 28 de septiembre de 2010

El boxeador que amó y odió Hitler


Max Schmeling es sin duda una de las grandes personalidades de la historia del deporte en Alemania. Fue campeón del mundo de los pesos pesados y su triunfo ante el maravilloso Joe Louis en 1936 se instrumentalizó por el nazismo para defender la supremacía de la raza aria. El púgil siempre trató de mantener cierta distancia con el régimen de Hitler, algo que consiguió tras perder la revancha con el propio Louis tres años después. Cayó en desgracia y ese fue si cabe su mayor conquista.

Max Schmeling se convirtió en 1930 en el primer europeo en ganar el título mundial de los pesos pesados, algo que le convirtió en una celebridad pero que tambien le generó numerosos quebraderos de cabeza durante la primera mitad de su vida. Nacido en Brandemburgo en el seno de una humilde familia, este alemán de manos grandes y mandíbula esculpida en granito saltó a la fama gracias a su polémica victoria sobre el americano Sharkey después de que éste fuese descalificado tras un golpe bajo. La mayoría de analistas de la época vaticinaron un reinado efímero del germano, algo que se confirmó dos años después cuando Sharkey recuperó la corona mundial en otro controvertido combate resuelto a los puntos. Pero aquella noche en Nueva York Schmeling había apuntado una evidente evolución en su estilo y sobre todo la determinación de los grandes. Eso fue precisamente lo que llevó al alemán a la gloria absoluta cuatro años después. Joe Louis era la indiscutible sensación del momento. Con 22 años, el "Bombardero de Detroit" parecía intocable para cualquier ser humano. Criado en una plantación de algodón en Alabama su ascensión al cielo del boxeo había sido meteórica y el duelo de 1936 ante Schmeling parecía un compromiso rutinario en su calendario. El estadio de los Yankees acogió uno de los grandes duelos de la historia del boxeo. Doce asaltos intensos, de continuos intercambios, con Louis dominando el centro del ring, pero con Schmeling resistiendo las acometidas de su rival y amenazando toda la noche con una contra. Daba la sensación de que aquello lo resolverían las tarjetas de los jueces a favor del americano, pero fue entonces cuando el alemán cazó a Louis con un golpe en el hígado que dejó al americano seco sobre la lona ante la incredulidad general de los miles de espectadores que por primera vez asistían a la derrota de su gran ídolo.

La victoria supuso un terremoto en la vida de Schmeling que por aquel entonces ya se había casado con una de las actrices más famosas de Alemania y aspiraba a disfrutar de un poco de tranquilidad en un tiempo cada vez más convulso en Europa. Lo que se encontró a su regreso a Berlín fue un desproporcionado ejercicio de propaganda del régimen nazi. Schmeling se convirtió en un símbolo, era el hombre perfecto para pregonar la supremacía de la raza aria. Hitler se fotografió con él y los periodistas le preguntaban constantemente si durante su combate con Louis había encontrado algún defecto físico en el boxeador negro para poder vencerle. "¿Podéis darme algo mejor que Schmeling?" llegó a gritar al mundo un desafiante Hitler durante un mitin. El púgil alemán siempre trató de alejarse de esa burda utilización de su figura y con el paso del tiempo se supo que en aquellos años su comportamiento en absoluto fue sumiso con el régimen. De hecho, se negó a apartar de su lado a Joe Jacobs –su mánager de origen judío- y tampoco quiso afiliarse al partido nazi. Su actitud ante la vida quedó clara cuando comenzó la caza de judíos en Alemania. En la Noche de los Cristales Rotos llegó a esconder a dos hermanos, los Lewin, en su propia casa hasta que logró sacarlos del país en dirección a Estados Unidos, algo que años después le valdría diferentes reconocimientos internacionales. Pero Schmeling, en aquel instante, era un símbolo a su pesar de la Alemania nazi y todo el mundo le veía así.

Tres años después, en 1939, con Hitler preparando sus tanques para invadir Polonia, se produjo la esperada revancha entre Louis y el alemán. Fue sin duda el combate más instrumentalizado por la política de la historia. En Estados Unidos lo plantearon como el duelo entre el bien y el mal mientras en Alemania se insistía en el enfrentamiento entre una raza superior y otra inferior. El propio presidente Roosevelt había enviado un telegrama a Louis para decirle que "Estados Unidos necesita músculos como los tuyos para vencer a Alemania. Recuerda que cuando una causa es justa un americano nunca pierde". El ambiente era delirante en el estadio de los Yankees donde más de 70.000 espectadores se reunieron para asistir al esperado duelo. Los boxeadores se vieron claramente condicionados por el ambiente que se respiraba en aquel escenario. Uno para bien y otro para mal. Louis fue una fiera descontrolada desde el arranque, Schmeling parecía un perrillo asustado por lo que le rodeaba. El "Bombardero de Detroit" comenzó a encadenar golpes que no encontraban respuesta en su rival. En una combinación de izquierda el alemán se quedó sin aire y sintió la necesidad de agarrarse a las cuerdas. Se desprotegió y le comenzaron a llover manos al rostro. Los árbitros detuvieron un par de veces el aluvión, pero aquello no tenía remedio. Schmeling tenía dos costillas rotas y era un muñeco roto. En apenas dos minutos Louis había resuelto el combate por el que llevaba tres años esperando.

Como suele suceder en estas historias Schmeling cayó en desgracia en Alemania. Pese al tradicional buen trato que se dispensaba a los deportistas de élite fue reclutado y participó con los paracaidistas en la campaña de Creta durante la Segunda Guerra Mundial. Allí, saltando, se destrozó las rodillas, lo que hizo imposible su regreso a la élite después del conflicto, algo que le supuso algún quebranto económico. Sin embargo, a su auxilio llegaron los americanos. Schmeling se hizo con la licencia de la Coca Cola para Alemania y pudo disfrutar de una vida cómoda. Esa privilegiada situación le permitió entre otras cosas ayudar a un arruinado Joe Louis, su rival, pero que el paso del tiempo convirtió en amigo. En 1981 fue uno de los que pagó el entierro del mítico boxeador de Alabama. Schmeling vivió en paz hasta su muerte en 2005 a los 99 años. Siempre dio gracias de su derrota de 1939, la que le permitió caer en desgracia y alejarse para siempre del sobrenombre que más odiaba: El boxeador de Hitler.

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