lunes, 12 de diciembre de 2011

El Salvador ingresa en la Segunda Guerra Mundial

Hace 70 años, el imperio japonés lanzó un contundente ataque aeronaval contra la base estadounidense de Pearl Harbor, en Hawaii. Más de 2,400 norteamericanos murieron en el ataque. Al día siguiente, El Salvador entraría en la II Guerra Mundial del lado de Estados Unidos y el resto de aliados contra las potencias del Eje.

Como era su costumbre, aquella mañana el presidente de El Salvador, general Maximiliano Hernández Martínez, se levantó temprano. Un pensamiento se había posesionado de su mente desde el día anterior y debía tomar una decisión trascendental al respecto. Por ello, la primera cita de trabajo la tuvo con su inseparable péndulo del bien y del mal, que lo ayudaba no solo a decidir si los alimentos que iba a ingerir le eran propicios o no, sino que también contribuía para que su espíritu supiera los designios que le deparaban las fuerzas del Universo a él, un ferviente creyente de la teosofía y la masonería.

Cuando el péndulo terminó de oscilar entre sus manos, la decisión estaba tomada. Era poco antes del mediodía del lunes 8 de diciembre de 1941. Veinticuatro horas antes, la aviación japonesa había atacado la base hawaiana de Pearl Harbor y había obligado a los Estados Unidos a entrar de lleno en la Segunda Guerra Mundial. El Salvador también le declararía la guerra al Mikado japonés y, con ello, casi de forma automática a las otras dos potencias del Eje Berlín-Roma-Tokio: la Alemania nazi del Führer Adolf Hitler y la Italia fascista de Il Duce Benito Mussolini.

los antecedentes

Hasta ese día, el régimen y pueblo salvadoreños eran simpatizantes de las potencias del Eje. Admiraban la enorme capacidad tecnológica militar de los alemanes –manifiestas en los automóviles Volkswagen, las pistolas Luger y los bigotes “estilo mosca”, copiados del de Hitler-, la fastuosidad milenaria de la corte imperial japonesa, la oratoria vibrante del caudillo germano y la presencia pública de Mussolini.

Además de ello, ya antes se había dado otro tipo de contactos con esas potencias.

De hecho, en 1928, Japón le había propuesto a El Salvador la fundación de una base para naves comerciales y de guerra, en el estratégico Golfo de Fonseca. Pero el proyecto de ese tratado se quedó en letras y papeles, por lo que su original redactado en lengua castellana pasó a estar guardado por las siguientes décadas en una carpeta polvorienta dentro del archivo de la Cancillería salvadoreña.

Con Japón y China se había protagonizado un episodio de gran importancia para la historia diplomática salvadoreña, cuando, el 3 de marzo de 1934, se reconoció al imperio de Manchukuo (1931-1945), creado por las tropas japonesas de invasión en Manchuria, región continental de China ahora llamada Tung-mei, "el Noroeste". El episodio de Manchukuo representó una honda conmoción y censura mundiales para El Salvador, aparte de un artículo en el diario japonés “The Asahi”, un sesudo estudio (1935) del abogado salvadoreño doctor Ramón López Jiménez y una fugaz cita en la premiada película de Bernardo Bertolucci, “El último emperador” (1987).

Por su parte, tal situación diplomática permitió que, en agosto de 1938, el emperador Henry Pu Yi les otorgara sendas medallas de reconocimiento al general Hernández Martínez, al periodista y fabulista León Sigüenza –entonces cónsul general en Tokio- y a los doctores Miguel Ángel Araujo y Arturo Ramón Ávila, quienes por esas fechas fungían como ministro y subsecretario de Relaciones Exteriores de El Salvador.

En cuanto a Alemania e Italia, baste decir que muchos asesores militares y financieros del régimen martinista procedían de ambos países. Il Duce Mussolini hasta había llegado a designar a El Salvador como la base de distribución latinoamericana de aviones Caproni, a cambio de envíos periódicos de café. El encargado de esta operación sería el mayor salvadoreño Julio Sosa, a quien Hernández Martínez se encargaría de enviar al paredón de fusilamiento tras la frustrada intentona golpista del 2 de abril de 1944.

Tampoco la ideología antisemita de los nazis era desconocida en El Salvador. No solo se leía “Mein Kampf” (“Mi lucha”), el libro contra los judíos redactado por el fogoso Hitler mientras estuvo en prisión, sino que también, en diciembre de 1938, los periódicos alertaban a la población acerca de que entre cuatro mil y cincuenta mil judíos pretendían viajar a Centro América, para establecerse con millones de dólares en Honduras.

Por si esto no fuera suficiente, algunos periodistas daban el grito al cielo por el problema judío que se había desatado ya en Costa Rica. Como resultado, en agosto de 1939 se le impidió desembarcar en La Libertad a un grupo de 17 israelitas y en enero de 1940 solo se les extendía permisos temporales de tránsito por el territorio nacional. En el ámbito internacional, en 1938 el régimen salvadoreño prohibió que las embajadas y consulados en Europa extendieran documentación diplomática alguna a personas o familias judías.

Nada de eso era extraño, sino que todo era muy acorde con la política migratoria de un pequeño país que había sido capaz de escribir, en un acápite de su Ley de Extranjería vigente, que había restricciones para el ingreso de chinos, negros, árabes y personas de otras nacionalidades, algunas consideradas perniciosas, en momentos en los cuales las propias mujeres salvadoreñas carecían de nacionalidad y de derechos ciudadanos.

2 comentarios :

  1. Interezante información, existe alguna fuente de donde pueda constatar esta información? Principalmente es por interés personal, pero quisiera saber si hay algún lugar donde pueda ampliarse.

    ResponderEliminar
  2. es extraño como cambian las cosas por que en realidad si llegaron muchos israelitas a el salvador y se establecieron ademas de ser muy buenas personas ayudaron mucho a este pais

    ResponderEliminar