viernes, 21 de diciembre de 2012

Una nave espacial para bombardear EE.UU. y otros extraños inventos nazis que cambiaron la historia


La Alemania nazi siempre será recordada como una potencia a nivel tecnológico gracias a la gran cantidad de novedosos proyectos militares que consiguió crear en apenas diez años. Sin embargo, en el campo que más destacó fue en el de la aeronáutica. Desde la construcción de la primera nave espacial de la historia hasta la realización de unos pioneros diseños de aviones invisibles al radar, Adolf Hitler logró que la aviación alemana se adelantase casi medio siglo a su tiempo sentando las bases de la tecnología aérea moderna
Y es que, si los nazis se atrevieron a diseñar y construir todo tipo de armas que parecen sacadas de una película de ciencia ficción, no es raro pensar que lograran dar unos pasos agigantados en la tecnología de la aviación. Así, los seguidores de Hitler consiguieron fabricar, entre otras, las primeras aeronaves a reacción o unos gigantescos bombarderos que podían recorrer miles de kilómetros sin repostar.
De hecho, la evolución era tan abismal que, según afirma el escritor José Lesta en su libro «El enigma nazi» (editado por «Edaf»), si los proyectos se hubieran finalizado sólo unos pocos meses antes, los alemanes hubieran dado un giro abismal a la guerra en el aire. «La potencia destructiva y las técnicas usadas eran tan avanzadas que hasta el último momento Hitler mantenía aún esperanzas de poder dar un golpe sorpresa a los aliados», determina el experto en armamento alemán.

La primera nave espacial de la historia

Entre estas armas, la más rocambolesca se creó en respuesta a la obsesión del Führer por bombardear Estados Unidos, algo casi imposible ya que, en los años 40, ningún aeroplano disponía de la suficiente autonomía para cubrir los 6.000 kilómetros que separaban Alemania de Norteamérica. Por ello, y para conseguir su objetivo, la Luftwaffe (la fuerza aérea nazi) encargó la construcción de una de las primeras naves espaciales de la historia.
«Sin duda el proyecto más futurista y adelantado a su tiempo, con el que los nazis querían bombardear Estados Unidos, era el del “Bombardero Suborbital Sänger-Bredt”. De lejos el más atrevido invento secreto de la aeronáutica alemana», explica el experto en el libro.
Concretamente, los nazis pretendían lograr que uno de sus cohetes, tripulado y armado con un potente explosivo, se elevara hasta la atmósfera para luego dejar caer su carga sobre la capital de los Estados Unidos. «Consistía en una nave que debería alcanzar una altitud espacial a la fantástica velocidad de “match 20” –veinte veces la velocidad del sonido-», afirma Lesta.

«Finalmente, tras dejar caer su carga mortífera de bombas, regresaría del mismo modo a su base, aterrizando a 500 Km./h y desplegando unos paracaídas traseros que le facilitarían la maniobra, tras haber cruzado la mitad del planeta. Además, una de las novedades características de esta nave era que podía ser reutilizada a las pocas horas de su aterrizaje», determina el escritor. En total, toda esta misión dudaría unas 27 horas.
Además, en un principio la idea de los nazis era cargar la nave con una bomba que contuviera 5 toneladas de uranio radioactivo en forma de polvo (aproximadamente una décima parte del mismo material que se liberó en el accidente que se produjo en la central nuclear de Chernobyl). «Una vez detonada en Nueva York caería sobre la ciudad una nube radioactiva que sería mortal para la mayoría de sus habitantes», sentencia Lesta.
Por otro lado, para hacerlo funcionar se requería una plataforma de raíl casi horizontal de varios kilómetros de largo. Y es que, en contra de lo que pueda parecer, esta nave no despegaba igual que los actuales transbordadores espaciales.
Sin embargo, y en palabras del experto, la llegada del final de la contienda impidió que el proyecto se finalizara. A pesar de todo, el inventor de esta nave espacial nazi logró escapar de los aliados: «Eugene Sänger logró huir a Australia sin ser capturado. Ni que decir tiene que durante la guerra fría su proyecto fue uno de los más codiciados por ambas superpotencias. De hecho, Stalin intentó secuestrarle en los años 50 y 60 para que construyera una nave parecida que le ayudara a bombardear a los norteamericanos», determina el escritor.
Al parecer, y según explica Lesta, las investigaciones de este científico fueron usadas finalmente por la agencia espacial norteamericana: «De su trabajo salieron las ideas que llevarían a la NASA a construir el transbordador espacial. Aún así, su invento no llegó a igualarse. Por eso actualmente esta Agencia tiene en experimentación el avión espacial X-33, muy superior al actual transbordador», añade el experto.

El caza que abrió el camino de la propulsión a reacción

Otro de los grandes proyectos de la Alemania nazi fue el avión «Messerschmitt Me 262», el primer caza a reacción operativo del mundo. Este avión fue precedido por varias versiones similares de la empresa aeronáutica alemana Heinkel, las cuales no convencieron a los oficiales de la fuerza aérea nazis por sus múltiples fallos.
El uso de este tipo de aviones significaba un cambio radical en la forma de entender los combates aéreos. Y es que, durante los años 40 el principal sistema de propulsión que se utilizaba en los aviones era el de hélice. Por el contrario, este nuevo motor a reacción otorgaba una mayor velocidad a los aeroplanos, que además podían adquirir más altura y permitirse el lujo de no tener que repostar con tanta asiduidad como sus competidores. 

El Me 262 fue un auténtico quebradero de cabeza para los pilotos aliados gracias a su velocidad y su capacidad de destrucción. «Los aliados no daban crédito a lo que veían. Mientras ellos se movían lentamente con sus viejas hélices, los Messerschmitt alemanes surcaban los cielos a 850 Km./h, una velocidad nunca vista», sentencia Lesta en su libro.
De hecho, desde que comenzó el uso de este tipo de aeroplanos por parte de la fuerza aérea nazi, decenas de experimentados pilotos aliados cayeron impotentes ante ellos. «La ventaja era tal que normalmente caían veinticinco aparatos aliados antes de que un avión a reacción fuera abatido», determina el escritor con asombro.
Sin embargo, como sucedió con la mayoría del armamento que podría haber dado la victoria a los nazis, este aeroplano llegó demasiado tarde y era muy inferior en número a los aviones aliados. «La unidad de Me 262 era muy reducida, además, el primer caza de estas características entró en combate en mayo de 1944, un año antes de acabar la guerra. Para entonces el número de aviones aliados en vuelo era muy superior», apunta Lesta. Con todo, y a pesar de no llevar a la victoria al régimen nazi, la tecnología de los Me 262 y la de los aviones precursores supuso un gran avance para la aeronáutica.

Un bombardero invisible al radar

Finalmente, uno de los últimos proyectos aéreos revolucionarios de los nazis corrió a cargo de Reimar y Walter Hortem. Estos hermanos crearían los primeros aviones en forma de ala delta de la historia haciendo uso de un diseño que en la actualidad poseen un gran número de cazas y bombarderos militares.
Concretamente, los Hortem idearon este tipo de avión debido a que, tras varias pruebas, descubrieron que ofrecía menos resistencia al viento que el resto de aeroplanos. De esta forma, se obtenían una serie de ventajas en vuelo como la capacidad de recorrer una mayor distancia sin la necesidad de repostar o la posibilidad de viajar a una velocidad mucho mayor que el resto de aparatos.

Así, Hitler requirió a los Horten para llevar a cabo su viejo sueño: bombardear Estados Unidos con un avión que partiera desde Alemania. «Únicamente el bombardero en forma de “Ala volante” (Ho 18) propuesto por los Hermanos Horten era lo suficientemente avanzado como para cumplir los requisitos de una travesía tan larga», determina Lesta.
De esta forma, su objetivo quedó claro: «El Ho 18 debería despegar de una base secreta alemana realizando un viaje de ida y vuelta a la costa este norteamericana. En un único intento y sin escalas, tendría que cruzar el Atlántico hasta llegar a Nueva York. Una vez allí dejaría caer una única bomba de 4 toneladas y regresaría inmediatamente a Alemania sin repostar. La velocidad del avión debería ser muy alta, de al menos 1000 Km./h», añade el experto.
A su vez, la revolución de este avión no venía únicamente por su diseño, sino que, además, fue el primer aeroplano que era invisible a los radares norteamericanos. «La superficie del bombardero tendría una capa de pegamento especial a base de carbono, con lo cual sería indetectable a los radares americanos de la época. Los Hortem habían construido los primeros aviones invisibles al radar casi medio siglo antes que los americanos».

Sin embargo, finalmente el proyecto fue detenido por las fuerzas aliadas. «Los americanos llegaron a las fábricas de “Alas Volantes” y el taller de los Horten descubriendo el extraño caza a reacción. Inmediatamente lo transportaron a EE.UU. donde sería estudiado por la casa aeronáutica Northrop», explica Lesta.
Al parecer, posteriormente Walter Horten trataría de contactar con los norteamericanos para unirse al proyecto. «Cuando un año después escribió una carta a Jack Northrop para seguir en los EE.UU. su carrera como diseñador de “Alas Volantes” no recibió respuesta. No se trataba de falta de talento, más bien era lo contrario, Northrop se había hecho con todas sus ideas y comenzó a construir ese tipo de aviones para la industria militar norteamericana», añade el escritor.
Casi 50 años después, los sueños de los Hortem se hicieron añicos cuando los estadounidenses presentaron dos de sus nuevos aviones: un caza invisible en forma de ala delta (F117) y un bombardero que no captaba el radar (B2), ambos basados en sus diseños.

Publicado en ABC 




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